Una Historia de Adicción, Lucha y Restauración
Cuántas veces no me he despertado cada mañana, meditando en el porqué de mi angustia por escribir mis experiencias. O Cuántas veces no me he encontrado con alguien en mi camino, que de corazón quisiera ayudarle a resolver su problema del alcoholismo.
Y entre más me doy cuenta que no puedo solucionar los problemas de nadie, más se angustia mí corazón. Cada quien camina sobre su propio destino, basado en las desiciones que toma en la vida.
Y en medio del camino me doy cuenta que cada quien es responsable de las acciones de su propia vida.
Cuántas veces no quisiera empezar de nuevo y evitar los errores terribles que cometí en el pasado. Y por un segundo titubeo… y me doy cuenta de que Dios ya me dio la segunda oportunidad para comenzar de nuevo.
En el momento que decidí abandonar la bebida, comenzó de nuevo mi vida.
En un solo día todo puede cambiar
Cierto día que salí del shelter (casa de refugio) me detuve exactamente detrás del edificio. Hay unas vías del tren que se pierden en la distancia, con una perspectiva interminable.
Me puse a pensar que camino iba a tomar, el mismo de todos los días, o aventurarme en la distancia sin saber a dónde llegar.
El más seguro era el mismo de todos los días, de vuelta al mismo lugar donde se reúnen todos los indigentes a beber y drogarse. Pero esta vez tomé el camino inseguro. El que no sabía a dónde me iba a llevar.
Camine unos cuantos metros, y me encontré con una persona desconocida sentada en el riel del tren. Le pregunte cuál era su estado, y apenas podía responder. No se veía nada bien. Pálido y con indicios de querer vomitar.
“He tenido una noche muy mala,” me respondió, “y aun no he encontrado nada que me pueda aliviar.”
“Un trago de licor me haría muy bien”exclamó suspirando.
“Bueno,” le dije.
“Si me espera usted aquí, y si consigo algo de beber, le guardaré un poco para arreglar su situación.” Y seguí mi camino.
Más adelante, cómo a cien metros me encontré a una mujer llorando. Media borracha o quizá endrogada. Quejándose que alguien la había abusado sexualmente y robado sus pastillitas que le quitan el dolor y la depresión .
Y le dije también,
“si me espera usted aquí, si logro conseguir algo, guardare un poco para compartirlo con usted.”
Mas adelante me encontré con un minusválido borracho quejándose por su mala situación, y la desgracia que lo había llevado a quedar en silla de ruedas.
Empezó a contarme su vida, y de cómo tantas veces, personas se acercaron a él con las buenas intenciones de aconsejarle a que dejara de beber. Sus reacciones fueron siempre de rechazo.
Cuando un persona anda bajo la influencia, no se da cuenta del daño que se esta haciendo. Un día le paso un accidente que lo dejó paralizado, del cuello hasta los pies. Se dañó la columna vertebral que lo dejó en el estado deprimente que ahora se encontraba.
Su vida se volvió una catástrofe y un constante perseguir el próximo trago de licor, que lo llevo a esa trágica situación. Al final del camino, lo único que encontró fue tragedia, tristeza y decepción.
Lo que un día comenzó con un trago de diversión, se convirtió en la peor pesadilla de toda su vida. El alcohol lo esclavizó al limite de la autodestrucción.
Reflexión…
No encontré palabras para poder consolar a ese que había quedado incapacitado.
Me di cuenta que el alcoholismo es como un camino empedrado, donde no sabes con qué piedra te vas a tropezar. O peor aún, en qué agujero puedes caer, quizá el de tu propia tumba.
Que bajo la influencia del alcohol, cualquier cosa te puede pasar. Abusas de tu propio cuerpo, ofendes a tus amigos, entristeces a tus seres queridos.
Y Todo por la fascinación de andar con la mente bajo la influencia del alcohol, que te trae una falsa alegría.
Pero todo tiene un final, y un día la borrachera se acabará. La vida te pasará la cuenta que hay que pagar. Y se cobrará con tu salud, tu libertad o tu vida.
Terminarás en un hospital, preso o muerto hecho cenizas, porque nadie te fue a reclamar.
Lo único que me salió del corazón fue regalarle el par de dólares al inválido, que llevaba para comprar mi bebida. Le di un par de palmadas en el hombro, y me retiré en silencio. Llorando por dentro, por no saber que decir, ni cómo ayudar.
Caminando de regreso, donde había encontrado a la mujer llorando, vi las luces de una ambulancia parpadeando. Llevaban a la mujer en una camilla, posiblemente intoxicada. Conectada a mangueras de oxigeno y sueros, desfallecida e inconsciente.
“Sobredosis,” escuché decir al paramédico.
Y más adelante aún, otras luces intermitentes de la policía y los bomberos bloqueaban el paso. Envolvían un cuerpo con una manta blanca, indicio de que alguien había muerto.
Era el muchacho que había visto sentado en el riel del tren. Había tenido una convulsión. No sobrevivió.
Mi corazón quería salírseme del pecho, sentía un escalofrío y una ansiedad de llorar que no podia contener. Temblando me senté en el mismo riel del tren y cubrí mi rostro para poder llorar.
Anécdota:
Un sentimiento muy profundo me hizo recordar una anécdota que dice así:
Una mañana una persona despertó en su casa y estiró los brazos, mientras bostezaba escuchó un ruido a través de la ventana.
Se asomó y vio que el ruido venía de los basureros. Un indigente escudriñaba entre la basura buscando latas y botellas de reciclaje para venderlas.
La persona desde su ventana dijo:
“Gracias a Dios que tengo donde vivir, y comida en mi mesa. No estoy cómo ese pobre desgraciado sin hogar”
De repente se escuchó el ruido de una sirena de ambulancia, precipitada por la avenida. Llevaba a alguien de emergencia hacia el hospital.
Y dijo el indigente:
“Gracias a Dios que no estoy cómo ese que llevan ahí, ese pobre está peor que yo.”
Entonces en la ambulancia llevaban a un paciente todavía vivo. Y al llegar al hospital, lo llevaron derechito a la emergencia.
En el pasillo se dio cuenta que llevaban a otro paciente, en sentido contrario. Envuelto en una manta, señal de que ya estaba muerto.
Y dijo el enfermo:
“Gracias a Dios que no estoy cómo ese pobre muerto que llevan ahí.”
Y ahora el otro que llevaban envuelto en la camilla ya no pudo dar gracias de nada. Pues ya estaba muerto.
Después de muchas lecciones duras que me dio la vida, por fin logre salir de la situación difícil en que me encontraba. Logré romper las cadenas de la adicción.
Pero, primero tuve que besar el polvo de la miseria. Ver mi mundo en mil pedazos, recogerlos y volver a empezar de nuevo.
Con los años comencé a sentir en mi corazón el deseo de dejar plasmado en algún lugar la historia de mi vida. Que pueda ser de beneficio a alguien que este pasando por la misma situación.
Y es ese el objetivo de mi Blog.
Deseo que te sea de bendición. Que ilumine tu vida y te aleje de los malos caminos, que solo llevan a la destrucción.
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